martes, 25 de septiembre de 2012

CÓMO VIVE GONZALO BARROILHET, "MÍSTER OLIMPIA"


El sábado pasado, la revista "Sábado" de El Mercurio publicó en sus primeras páginas un notable reportaje a la vida de Gonzalo Barroilhet, uno de los mejores deportistas chilenos de la actualidad. En este reportaje, "Gonzo" habla de su vida, su rutina, por qué tomó la decisión de irse a Estados Unidos y lo que han significado para él los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Por eso, tomamos la decisión de reproducirlo, con el objetivo de que más personas conozcan un poco más de aquel chileno que vive en Florida y al que llaman, con justicia, "Míster Olimpia". 

En el casillero de Gonzalo Barroilhet hay una pelota de fútbol americano, un frasco de suplementos alimenticios y zapatillas. Zapatillas negras, blancas, rojas, de cuero y acrílicas. Zapatillas con clavos, con lenguas de velcro, con cara de tigre. Zapatillas como lanchas y zapatillas con cintura de avispa. Dieciséis pares de zapatillas.
Tiene más. Nueve pares en una maleta que empacó en Londres y que todavía no se anima a deshacer, porque está en la casa de su entrenador y Barroilhet está cansado y de vacaciones. Hoy día no anda ni en buzo ni en patas de lycra. Anda con pantalones cafés y camiseta azulosa y unas zapatillas negras con cordones naranja.
Pero lo de Barroilhet no es obsesión de coleccionista, sino de decatleta, una prueba que dura dos días y abarca diez eventos distintos. Barroilhet salta a lo largo, a lo alto, y más alto todavía, afirmándose en una garrocha. Lanza una bala, un disco y una jabalina. Corre cien metros y luego cuatrocientos. Al día siguiente comienza saltando las vallas y termina con dolor en las piernas, corriendo, de nuevo, mil quinientos metros. Entonces se acaba el decatlón.
En Londres, Barroilhet fue el que puntuó más alto en el salto con garrocha. En la tabla final, fue el número trece. Al final del segundo día, cruzó la meta y pensó en su madre. Después se sumergió en una tina llena de hielo, durante diez o doce minutos.
El decatlón es una prueba tan larga que la mujer de un campeón olímpico dijo en Atlanta 1996 que la medalla se la deberían haber dado a ella sólo por haber visto la competencia completa. Es una competencia exigente, transpirada y más tortuosa que película escandinava. De hecho, se introdujo en Estocolmo, durante los Juegos Olímpicos de 1904. "Usted, señor, es el atleta más grande del mundo", le dijo el rey sueco al primer hombre que se coronó campeón del mundo.
El más grande. No el más rápido, ni el más fuerte, ni el más ágil, ni el más preciso. Ésta es la prueba del equilibrio. La tabla premia consistencia, no perfección. Los campeones jamás terminan primeros en los diez eventos. No se puede ser el mejor en diez cosas distintas.
Barroilhet lo describe como si estuviera citando un libro de autoayuda. "En el decatlón llegas, estás en tu prueba y no te preocupas de lo que pasó antes ni de lo que viene después. Estás en el disco y no piensas ni en la garrocha ni en los mil quinientos. Terminas tu último lanzamiento, te cambias los zapatos y das vuelta la página".
Es un atleta, es un deporte, son diez eventos distintos y nueve zapatillas. ¿Nueve? Nueve. Barroilhet es selectivo, pero ocupa las mismas para la bala y el disco.
Estamos en Tallahassee, la capital del estado de Florida. Es una ciudad con un centro pequeño y demasiadas plazas comerciales. Sería deprimente sino fuera porque hay tres universidades, unos robles de barbas raras, y porque la lluvia estalla pero se va. Barroilhet se acaba de cambiar a una casa que queda a unos diez minutos del centro y que comparte con un garrochista.
Barroilhet vive aquí hace cinco años. Es uno de los atletas chilenos con mayores proyecciones internacionales. Además de Londres, este año deslumbró en un campeonato en Charlottesville, Virginia. No sólo quebró su propio récord, sino que además superó la barrera de los ocho mil puntos. Solamente un grupo selecto se encarama sobre esa marca. Apenas cinco latinoamericanos han llegado tan arriba.
En Londres, Barroilhet no sólo fue uno de los deportistas mejor evaluados. También cosechó piropos. "¿De dónde salió este chileno guachón?", fue el titular de Las Últimas Noticias.
Llega a la entrevista montado en "la guachona", una moto con alforjas en los costados y tubos a la vista. Estaciona, se saca el casco y se pone de pie. Un metro noventa y siete centímetros. Noventa y cinco kilos. Si hay grasa, está escondida. Barroilhet es grande, pero delgado. Delgado, pero fuerte. Tiene algo de velocista, pero también de lanzador. Como un Frankenstein, pero en versión olímpica. No tiene cara de monstruo.
Estudió en el Colegio Cordillera y no le gusta hablar de su polola. Almorzamos crepes. Pide uno que se llamaba Machine y que tiene pedazos de vacuno, pavo, pollo y chancho.
A Barroilhet le gustan muchas cosas distintas. Llegó a Tallahassee porque no quería tener que escoger entre una carrera profesional y otra deportiva. Primero trató en Chile. Estudió Ingeniería Comercial en el campus San Joaquín de la U. Católica, se entrenó para diez pruebas distintas en San Carlos de Apoquindo y pasó demasiadas horas arriba de un auto.
Eso duró un año. Después mandó un par de correos electrónicos, se compró un pasaje a Tallahassee y voló hasta Florida State University, una universidad cuyo presupuesto en becas deportivas es seis veces más generoso que el promedio estadounidense.
Se sube de nuevo a la moto y me dice que lo siga. Le voy mirando la espalda. La polera azulosa tirita como una bandera. Barroilhet señaliza a la izquierda y tomó el camino del campeón. Así se llamaba la calle: Champion's Way.
Estamos en su universidad. Le comento que en el camino vi unas casas de fraternidades. Me dice que lo invitaron a una, pero no quiso. Él no paga para hacerse amigos.
En la universidad lo aceptaron con beca completa. Durante los últimos cinco años, Barroilhet ha dividido su tiempo entre el atletismo y los estudios. Partió con un pregrado en Economía, y siguió con un MBA. Mientras caminamos, me explica las ventajas. La más importante es que aquí, a diferencia de en Chile, la pista de atletismo queda a minutos de la sala de clases.
Barroilhet terminó su MBA justo antes de partir a los Juegos Olímpicos. Ahora piensa dividir su tiempo otra vez: tardes de atletismo, mañanas de oficina. Quiere representar a Chile en Río, pero no piensa pasarse los próximos cuatro años sin ejercer su profesión. Ahora está buscando trabajo.
Su entrenador, Dennis Nobles, pronostica que la próxima temporada será buena. Barroilhet debería estar promediando alrededor de 8.300 puntos. Eso le permitiría coquetear con una medalla en Moscú, durante el Mundial de Atletismo. Nobles piensa que para Río 2016 el atleta debería haber pasado del flirteo a la conquista. .
Lo voy a visitar a su oficina y pregunto qué opina de los planes de Barroilhet. Si no debería dedicarse por completo al deporte en vez de pasar medio día en una oficina. El entrenador dice que no. Al menos no por ahora. Y que nadie puede entrenar diez horas al día.
"Hay días en que Barroilhet se demora seis horas en completar su rutina", dice. Pero hay otro factor. Nobles lo llama "tiempo casual". La sala de pesas no está en el mismo edificio que la pista de atletismo. "Le toma tiempo atravesar el campus. No debería, pero se distrae en el camino".
Un ejemplo.
Caminamos con Barroilhet hacia el estadio de fútbol americano. Primer encuentro: su antigua tutora, acompañada de una sobrina. Le sonríe a la sobrina: "Hola, soy Gonzo". Luego conversa con la tutora. Hablan del verano. De la familia. Del futuro.
El segundo encuentro ocurre en la sala de rehabilitación. "Hey, Mister Olimpia", saluda una mujer. Es kinesióloga. "Es mi amuleto de la suerte", cuenta Barroilhet. Le pregunto si es en serio. Dice que sí. Que se llevó una foto de ella a Londres.
Tercer encuentro. Vamos en dirección a la oficina del entrenador. Aparece una chica con una raqueta de tenis. Le da un abrazo. Debe medir treinta centímetros menos que Barroilhet; es un abrazo de cara contra guata. Sigue camino.
En tiempo real, esto fue poco más de media hora en la vida Florida de Gonzalo Barroilhet. Estoy descontando a sus amigos atletas, a la masajista de ojos azules, a los musculosos en la sala de pesas. Al kinesiólogo orgulloso que miró unos videos suyos en Londres. Que también los vio su hijo. Que ahora el hijo también quiere ser atleta.
Al cabo del paseo, no me sorprendería si alguien le pasara una guagua y le pidiera un beso.
Entonces cuando el entrenador me dice que Barroilhet se distrae en el camino, contesto que sí. Que cómo no. Gonzalo está aquí, entrenando, estudiando o manejando su moto. Pero también está allá, en versión gigante, en una fotografía publicitaria, de terno y en la pista de atletismo. "Saque su MBA y ponga su carrera en la pista rápida".
"Obviamente, es muy popular", dice Nobles.
Le pregunto cómo describiría su personalidad.
"Para ser decatleta tienes que tener una mentalidad diferente", contesta. Menciona una lista de actividades. Las típicas: vida social, estudios, trabajo. Luego el entrenamiento del atleta olímpico. Y eso multiplicado por diez.
"No es un evento ni dos; son diez. Tienes que pasar una enorme cantidad de tiempo en la sala de pesas. Hay que desarrollar músculos para correr, para lanzar, para saltar, para la garrocha. Es muy demandante. Entonces tienes que ser muy bueno balanceando tantas actividades. Y yo diría que esa es su mayor virtud", dice Nobles.
Hablamos del salto con garrocha. Su fortaleza, dice el entrenador, es que es muy bueno al despegarse del suelo.
¿Y si se concentrara sólo en esa prueba?
"Le he preguntado. Pero se aburre fácilmente. Es que concentrarse en una sola cosa no va con él".
Barroilhet dice lo mismo.
-Tengo un poco de déficit atencional.
Barroilhet no juega bachillerato, ni dominó, ni tablero chino ni barquito hundido. Lo suyo no son los juegos. Francamente, dijo en una entrevista, no iba a los Juegos Olímpicos a participar. Iba a competir.
Si no tiene rivales, se los inventa. Suele entrenar solo, porque el suyo es un deporte individual y porque no abundan los decatletas en el mundo. Pero entonces se pone a echarles carrera a quienes estén entrenando en la pista. Dice que lo hace "en buena". Que todos terminan "calentándose". Que al final corren más rápido.
"No es para decir: soy mejor que tú. Aunque siempre termino siendo mejor".
Su risa es ronca.
Si no hay nadie con quien competir, se imagina que los árboles lo miran y aplauden. Hoy día, Gonzalo Barroilhet camina sobre el rekortán dando pasos muy largos. Mientras paseamos, se pone a aplaudir. Se está acordando de un momento feliz en Londres.
Fueron apenas unos segundos. Sujetaba su garrocha por el costado y se preparaba para su tercer salto, visualizando lo que tenía que hacer. Lo que tenía que hacer era atravesar la barra, pero sin botarla esta vez. Los dos primeros intentos habían sido nulos. Uno más y se quedaba sin puntos. Entonces los escuchó. Primero despacio y luego más fuerte. Eran aplausos, como los de los árboles en su cabeza.
"Pero estaba pasando de verdad", recuerda Barroilhet, aplaudiendo todavía.
El tercer salto le salió bien. También los siguientes.
Al día siguiente almorzamos de nuevo. Esta vez comida japonesa. Barroilhet tiene una cicatriz en la frente. No se acuerda cómo se la hizo. Era uno de esos niños que crecieron rodeado de primos, en el campo de sus abuelos, arriba de un caballo, abajo del caballo, en las patas de los caballos.
Miro la cicatriz y le pregunto si le gustaría aparecer en un reality.
-No. Si llego a ser conocido, no quiero ser conocido por eso.
Eso es hacer show, dice.
-¿Por qué te enoja que te pregunten por tu polola?
-Valoro la privacidad.
Quiero saber qué opina de las condiciones de los atletas en Chile, pero él no sabe cuáles son esas condiciones. Vive en Estados Unidos. Entonces le pido que me hable de su propia experiencia con la Federación de Atletismo. Dice que no le gusta quejarse.
-¿Sientes que la gente pierde mucho tiempo quejándose?
-Es una mentalidad americana. Si hay un problema, lo arreglas. No sé qué otro tipo de problemas tendrán los otros atletas. Es que estoy tan separado de Chile que tal vez sean condiciones horrorosas. Gracias a Dios, vengo de una familia que me ha podido dar todo lo que necesito y me conseguí una beca, pero mis condiciones han sido rebuenas.
Además de la beca que le dio Florida State, cuenta con el financiamiento de ADO. Ahora que se le termina la beca se consiguió un auspicio de Zuko.
Barroilhet dice que sus condiciones han sido buenas. Pero ha pasado cinco años en Tallahassee y sólo ha podido entrenar dos temporadas completas. Se lesionó un hombro. Después el otro. Su entrenador y su antiguo compañero de casa dicen que ni chistó. Una semana después de su cirugía ya estaba de vuelta en la sala de pesas.
En su familia no hay deportistas olímpicos. Su papá, Alfonso Barroilhet, es ingeniero comercial. Su mamá, Josefina Costabal, jugaba tenis, pero nunca lo hizo de manera profesional.
"Mi madre murió en 2002, de leucemia. Fue durísimo, para quién no va a ser. Pero mira. Salimos adelante como familia, nos unimos más que nunca. Y nos tocó madurar un poco antes que el resto, pero salimos adelante", dice.
Es el cuarto de cinco hermanos. Todos se dedican a cosas distintas. Su hermana mayor es consagrada. Su hermano es arquitecto, la tercera es publicista y el menor estudia Ingeniería Comercial.
Entonces se acuerda de otro momento feliz. "Uno se pregunta por qué pasan estas cosas. Pero veo cómo está mi familia ahora y estamos todos contentísimos. Era cosa de vernos en Londres. Desde el 95 que no estábamos los cinco hermanos juntos".
Cumplió 26 años hace un par de semanas. Los celebró con ellos, en Barcelona. "Mirando para atrás, qué año más increíble. No me quejo. Lo pasé bien. Ha habido hartos desafíos. Ahora mismo estoy desempleado, comenzando esta nueva etapa. Obviamente estoy asustado, pero hay que salir adelante nomás".
Es como en el decatlón.
"Lo peor que puedes hacer es pensar: pucha que hice mal la prueba. ¿Te fue mal en las vallas? Pasaste la línea y das vuelta la pagina".
O te cambias las zapatillas.

POR: Andrea Muñoz/El Mercurio

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